Paradoja del disfrute obligado
Hace un par de días verifiqué algo curioso, que sólo tenía como teoría pero ya acabé de confirmar: “yo no disfruto de alguna cosa a menos que sea bajo mi absoluta y total libertad de hacerla“. Eso puede sonar obvio, pero me refiero a lo siguiente, que lo explicaré con un ejemplo: dígamos que me gusta mucho la ciudad de Río de Janeiro, pero nunca he ido allá, sino que sólo lo veo como futuro e idílico lugar de vacaciones. Pero un día sucede que dentro de mi (horrenda) carrera, o de mi futuro trabajo (ojalá no horrendo), o *incluso* dentro de alguna actividad astronómica solicitada, me surge la posibilidad de visitar esa ciudad. Tengo la certeza que el grado de disfrute que tendré de Río de Janeiro será menor, que si fuera a esa ciudad exclusivamente como vacaciones planificadas (i.e. simplemente por placer). Suena raro, pero debe ser que se relaciona con mi concepción de viaje.
Lo explicito con un ejemplo de otra índole, pero orientado al mismo punto: Hace tiempo me sugirieron que me inscribiera en un curso de yoga (como formación general) en la universidad. De hecho es el taller más solicitado, porque aparentemente el yoga es una actividad relajante de buena reputación, cuyos cursos por lo general son caros, así que tener la oportunidad de tener uno “gratuitamente”, relajarte y además cubrir un ramo de tu malla académica, suena perfecto. Pero yo lo vi de otra forma: creo que uno puede tener muchas formas de relajarse en la vida, ya sea poniéndose en cuclillas, patas arriba, caminando junto al mar, etc. El detalle es que cualquiera de esas formas (y la consiguiente relajación, placer, disfrute, etc) requiere, antes que todo, una absoluta disposición, libertad y voluntariedad de parte propia. Es decir, si quiero demorarme 5 mins más en empezar mi relajación, si quiero tomar un vaso de jugo antes, si quiero sacarme o no los zapatos o bien prefiero saltarme una sesión de relajación por 1 día, es cosa mía. Pero en un “curso” de yoga, aún si tal práctica fuera acorde a mi idea de “relajarse”, todo eso se vería enturbiado por aquello que anule la libertad y voluntariedad de ese acto. Digo, que personalmente me sería imposible relajarme si tengo a una persona junto a mí que me vaya indicando que haga tal o cual cosa, a ritmos programados, a un horario específico, con personas específicas junto a mí, y que además deba pasar exámenes para aprobar esa asignatura (porque yoga también es una asignatura que debe aprobarse, como cualquier otra); ¡la relajación se fue al carajo! Quizá si lo hago en mi casa, con mis horarios, habiendo visto un video o libro de instrucciones, y haciéndolo a la hora y lugar que me de la gana, sí. Pero siendo instruido y presionado a ir a cierto ritmo, no.
Ahora, trate de releer todo el párrafo anterior, pero cambie “curso de yoga” por “Río de Janeiro”. ¿Ya capta por dónde va mi concepción de viaje? Es lo mismo. Yendo por mi cuenta seguramente será un lugar maravilloso (ok, también puede que no me guste), porque habré dedicado el 100% del tiempo a desconectarme de cualquier “obligación”, “horario”, o “ritmo” a cumplir. Habré disfrutado de Río en toda su dimensión, en vez de sólo como parte del tiempo libre de un seminario o trabajo temporal. Ya se que eso dice de mí que tengo una dicotomía muy fuerte entre trabajo/placer, y que no puedo mezclar ambas cosas. La verdad sí puedo, pero en pequeñas dosis, y sólo cuando ese placer sea fácil de conseguir en otra ocasión cualquiera. Mencioné Río de Janeiro porque es una ciudad lejana, difícil de alcanzar, y que no podría ir en una ocasión cualquiera, como los fines de semana. Pero es uno de los lugares donde se me activaría el drama trabajo/placer, y por tanto espero que nunca me envíen allá como una obligación con horarios y ritmos establecidos. Quiero ir, pero a vacacionar 100%. ¿Se entiende? 🙂