La danza del humo

Yo no fumo y me apesta el humo del cigarrillo, porque aparte de joderme igual los pulmones, me hace doler la cabeza y deja la ropa impregnada…

Pero el humo del cigarrillo (aunque también puede ser de una taza de café caliente, una vela o un incienso, que de paso tampoco me gusta su olor) tiene una forma que me gusta. Se ve elegante, sutil y estilizado al contraste con el fondo. Si es en una habitación oscura y sin viento mucho mejor, porque se lo aprecia claramente como es: una fina silueta grisácea que danza tranquilamente mientras asciende por el aire, sin ninguna tensión ni preocupación; el humo sólo tiene ante sí el objetivo de ascender y combinarse con el aire, pero antes regala un espectáculo que, al menos a mí, me parece relajante y graciosamente contrapuesto a la agitada vida que llevamos hoy en día; no importa que la gente ande apurada y a tropezones por la calle; ni que la Tierra esté rotando sobre sí misma, y que a la vez se desplace 104.000 km/h alrededor del Sol; ni que el Sol a su vez se desplace en torno a la Vía Láctea, y ésta a su vez hacia el cúmulo de galaxias de Virgo; el humo danza con una tranquilidad envidiable.

Se puede decir que no soy un fanático de la velocidad. En ciertas situaciones la considero excitante y emocionante, pero muchas veces prefiero la lentitud y la pausa; me apesta la idea de deber adaptarme a un mundo acelerado, o manejar como loco (cuando tenga licencia y empiece a manejar mi auto puede que me cobren una infracción por cualquier cosa, menos por exceso de velocidad). Por la misma razón me gusta mirar las nubes pasando en el cielo o esas lamparitas con algo como gelatina adentro, que sube y baja 🙂

Aunque nunca me ha gustado encasillarme en categorías (como “ambientalista”, “pacifista”, etc), porque creo que implican cierto grado de compromiso que uno no está obligado a tener siempre, mi preferencia por la lentitud puede ser compatible con el concepto de las Cittá Slow que se originó en Italia (o más específicamente con el Slow Movement), que básicamente buscan detener un poco la sensación de vida agitada y disfrutar más de las cosas simples de la vida, sin sentirse apurado ni presionado. Aunque esto parezca sólo un capricho de pocos, varias comunidades se lo toman en serio e incluso como un criterio de calidad turística, donde se premian las ciudades que privilegien las áreas verdes, lugares cerrados al tráfico vehicular y las “comidas lentas” (aunque yo sigo prefiriendo la “comida rápida” no precisamente por la “rápida”, sino por lo “rica” :)). En fin, las Cittá Slow me despiertan agrado precisamente por lo que comentaba al principio: el dejar de lado la sensación de rapidez innecesaria.

Hay ocasiones en que sí me gusta mucho la velocidad. Y paradójicamente, es nuevamente el humo que se toma un protagonismo. Pero no el humo lento de un cigarrillo, sino el humo rápido que emerge durante el lanzamiento de una nave espacial. La velocidad de un avión, de una lluvia torrencial o de la sensación de hormigueo en el estómago cuando ves o hablas con la persona que te gusta, me gustan y admiro bastante, pero creo que no hay nada más emocionante y excitante que ver una nave espacial despegando. La vibración del cohete, los motores encendiéndose y el ruido imponente, adornado por ese humo furioso y veloz que emerge hacia los lados para anunciar que esa nave se está liberando de la fuerza de gravedad, realmente hace palpitar el corazón por todo lo que representa: es el símbolo de la exploración espacial, que necesita 11.2 km/s para escapar de la gravedad terrestre y lanzarse al Universo; y una vez allí, vuelve la sensación de tranquilidad y lentitud que tanto comentan los astronautas, cuando todo lo que ves alrededor son millones y millones de estrellas, y un infinito silencio.

Sí, el humo tiene su encanto.


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